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Estos meses en confinamiento debido a la pandemia de la Covid-19 han provocado que todas las escuelas, de todos los niveles educativos, desde infantil a la universidad, hayan tenido que lanzarse a practicar la docencia virtual de forma urgente. Durante estos meses del final del curso 2019-20 y, sobretodo, una vez terminado, se ha hablado mucho de brecha digital en el contexto de educación.

Niña con una cabeza sobre un portátil para ilustrar la brecha digital

Cuando se habla de brecha digital, normalmente se tiene en cuenta la brecha digital de acceso, con casos como:

  • Andrea, alumna de 1º de la ESO, vive en un barrio obrero de una gran ciudad y no tiene ordenador en casa. Tampoco wifi, en su familia no se lo pueden permitir. Ella y sus dos hermanos tienen que conectarse a través del móvil de sus padres, que están en paro. 
  • Carlos (3º ESO) y su madre María (profesora de su mismo instituto) viven en las afueras de un pequeño pueblo. En su casa no llega la fibra y se conectan a través de un radioenlace a 3Mbps. Prácticamente no pueden hacer una videoconferencia y no pueden trabajar a la vez.

Estos dos ejemplos de limitaciones de acceso, de alumnos sin ordenador por problemas socioeconómicos o alumnos o profesores desconectados por vivir fuera de núcleos urbanos, se solucionarían con más recursos, más dispositivos (compra, alquiler, préstamo) o infraestructuras.

Sin embargo, no podemos olvidarnos de otras situaciones que también son brecha digital y que pueden resultar familiares:

  • Álvaro tiene 58 años, es profesor de Lengua y pràcticamente no sabe usar el ordenador o internet sin ayuda, aunque en casa tiene un portátil que le compró su hijo. Álvaro ha tenido problemas para hacer videoconferencias con sus alumnos de secundaria. Desconoce que se pueden hacer otras cosas además de dar lección “de toda la vida” por videoconferencia. No sabe compartir presentaciones ni cómo fomentar la participación online. No entiende por qué se aburren tanto los alumnos que se conectan y por qué apagan la cámara y el sonido.

Esta es la típica brecha digital generacional. Pasa con profes y pasa con padres que no saben conectar la webcam de su hijo de 3º de primaria, que hoy tenía un encuentro con los compañeros de clase y se la ha perdido.

Infografía de la brecha digital

Podemos pensar que las generaciones más jóvenes ya no tienen este problema. Pero la realidad es que no es un tema solamente generacional. La tercera brecha es la brecha digital de calidad de uso de las TIC.

  • Pol, alumno de 2º de ESO es Instagramer y tiene miles de seguidores. Con su amigo Rafa juegan a Fornite muy a menudo. Sin embargo, estos meses han visto que tienen problemas para trabajar colaborativamente en la nube y no se han planteado nunca cómo hacer copias de seguridad de sus fotos ni cómo gestionar sus contraseñas.   

El hecho de ser habil con Internet no implica saber usar la tecnología de forma “sabia” para conseguir beneficios sociales, culturales, económicos o políticos (desde enseñar, aprender, saber cómo no caer en el phishing, saber relacionarse con la administración online o saber cómo resolver un problema tecnológico con el ordenador). Esta brecha la pueden sufrir también alumnos supuestamente nativos digitales de la generación Z o profesores millenials.

De las tres brechas digitales que hemos visto, la primera se la tiene que atacar con recursos y es muy importante. Pero solamente con wifi u ordenadores no se solucionan las otras dos, que necesitan un esfuerzo importante de capacitación de la ciudadanía en competencias digitales. No debemos olvidarlo.

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